Es un lugar
común oponer la música llamada clásica a la música moderna, argumentando que la
primera es una música culta o selecta, mientras que la música que escuchan los
jóvenes es música popular. Pero en realidad, las fronteras no están demasiado
claras. No existe una distinción tan definida. Para empezar, desde un punto de
vista terminológico, oponer música moderna a música clásica no parece
especialmente adecuado; nadie puede negar la modernidad de un Mozart, que
revolucionó la música de su tiempo, o de Rachmáninov o Sostakovich y nadie se
extraña de que canciones como “Let it be” de los Beatles, “Satisfaction”, de
los Rolling Stones, o “Stairway to Heaven” de Led Zeppelin, se consideren
clásicos; son clásicos en cuanto son “modelos dignos de imitación en su arte”,
aunque, al menos de momento, no sean “de tradición culta”.
Si es una
cuestión de públicos, es decir, si la música clásica está orientada a la
madurez y la moderna a la juventud, los rabiosos jóvenes que crearon el rock
and roll en los años cincuenta del siglo XX han muerto en su mayoría de puro
viejos y los hippies de Woodstock son hoy jubilados. Si la música moderna se
vincula a la temática y el mercado juveniles, Leonard Bernstein, compositor
clásico, ganó un óscar con la música de “West Side Story”, actualizando al
Nueva York 1960 y a las bandas callejeras la clásica historia de Romeo y
Julieta. Si moderno es sinónimo de contemporáneo, dentro de la música clásica
hay todo un estilo denominado “música contemporánea", que nació también después
de la segunda guerra mundial.
Atendiendo a
los intérpretes e instrumentos, se me dirá que lo que distingue a una de otra
es que la música clásica es orquestada, mientras que la moderna se interpreta
con una banda constituida por guitarra(s) y bajo eléctricos, batería y,
ocasionalmente, teclado (aunque hoy un teclado electrónico sea suficiente para crear e interpretar música de éxito). Pues tampoco es un criterio fiable. Existen multitud
de ejemplos de incursiones de unos en el bando (o la banda) de los otros. Las
grandes orquestas que se popularizaron en los años cuarenta y cincuenta, como
la de Glenn Miller o la de Xavier Cugat, tenían con frecuencia más componentes
que una orquesta sinfónica, y a menudo interpretaban temas del repertorio
“clásico” junto a otros de jazz o de sabor latino. Ray Conniff se hizo rico y famoso
versioneando en orquesta y coros los éxitos de la canción ligera de los sesenta,
si bien de una forma muy poco “clásica”. Luis Cobos también hizo fama y fortuna
haciendo lo contrario, poniendo ritmo de discoteca a los grandes clásicos. Plácido
Domingo ha cantado con John Denver y otros cantantes rock. John Lennon
utilizaba violines sinfónicos en los arreglos de muchas de sus canciones,
manteniendo pura la esencia de música pop. Emerson, Lake & Palmer hicieron
una memorable versión de los “cuadros de una exposición” de Mussorgsky, con
sintetizador, guitarra eléctrica y batería, y Siouxsie and the Banshees, uno de
los principales grupos del punk británico, abrieron su concierto más conocido
con “el pájaro de fuego”, de Stravinsky.
Entonces,
quizá se trate de formas musicales. La música clásica tiene formas establecidas
(sonata, sinfonía, concierto, canon, giga), mientras que la moderna no… ¿no?
Desde luego, hay distintos estilos (rock, pop y soul, con todos sus adjetivos,
y además, blues, funky, disco, reggae, hip-hop, house, electrónico). Dejando
aparte el jazz, que es un mundo en sí mismo, con mucha carga de armonía y
solfeo, hasta el punto de ser un género a caballo entre lo clásico y lo
moderno. Algo parecido le ocurre al folk, y dentro de él, al flamenco. Cada uno
de estos géneros y estilos tiene sus
reglas y sus características, e incluso sus instrumentos propios. Lo que ocurre
es que, al haber nacido en un entorno más libre, son más proclives a la mezcla,
a la fusión, a dejarse influir y a beneficiarse de las nuevas tecnologías. Y
qué decir de la música de películas o de los videojuegos, industrias desarrolladas en los dos últimos siglos, y por tanto modernas que sin embargo en general se interpreta en forma sinfónica ¿es
clásica o moderna?
Es cierto que
la mayoría de las estrellas del rock y del pop no tienen formación musical académica.
Pero también hay honrosas excepciones. Elton John se formó en la Real Academia
de Música de Londres; John Cale, compañero de Lou Reed en la Velvet
Underground, componía música clásica y Paul McCartney es miembro del Royal
College of Music. Más recientemente, Annie Lennox o Falco (el de "Der Komisar") también proceden de conservatorio y Nina
Hagen, la reina del punk, cantaba ópera a los 13 años.
Por otra parte, no se
cabe calificar a alguien de alguien inculto por ser autodidacta. E incluso esto está cambiando. Hoy la mayoría de los conservatorios profesionales ofrecen
clases de música moderna, hay grados universitarios de composición de música moderna, y la mayoría de los cantantes de rock y pop toman
lecciones de canto y educan su voz. Otra cosa es que no hayan dedicado quince
años de su vida al solfeo y a la práctica académica de un instrumento en un
conservatorio profesional, pero es que, de haber seguido una carrera de
conservatorio, probablemente no hubieran tenido tiempo de componer, ensayar e
interpretar sus canciones. Cualquiera que haya pasado por un conservatorio sabe
que hay que dedicarle muchas horas al día durante muchos años para tener
opciones de vivir de ello. Aunque en horas de dedicación a la música, quizá los
cantantes modernos no les vayan a la zaga a los profesores de las orquestas
sinfónicas. Y tampoco en vocación.
Hasta la
revolución industrial, fuera de las canciones populares que amenizaban las
fiestas de las aldeas, la música estaba circunscrita a las cortes y las iglesias y pequeños
teatros. No era accesible al gran público. No obstante, los compositores
clásicos, desde Bach hasta Strauss, se han inspirado desde siempre en la música
popular y no han dejado de componer
piezas de baile además de sus obras más “serias”. De hecho, podría decirse que
las polkas y valses de Strauss eran la música disco del siglo XIX. Y hasta los
años cincuenta, cuando nacieron los instrumentos eléctricos que darían lugar a
la cultura rock y pop, la única manera de conseguir llenar de música un espacio
amplio era, con la excepción del bel canto, aumentar el número de instrumentos;
y de ahí las grandes orquestas del siglo XIX y la primera mitad del XX. Cuando,
con las grabaciones, la música se convirtió en un fenómeno de masas, la música
popular tomo el lugar que hasta entonces le estaba vedado, y relegó a la música
académica a un espacio mucho más reducido. Pero las grabaciones permitieron
también a la música clásica acceder al
gran público en sus casas, sin necesidad de asistir a un teatro.
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