Viena, 2 de marzo de 1831
I.- Perdido
Perdido.
Las manos caídas, los brazos exangües, con los dedos crispados, como encerrados
en una prisión de nervios. La mirada salta frenética de un punto a otro de las
calles que le rodean, sin atreverse a detenerse, por momentos, incluso, sin
saber lo que está buscando. Por fin, lo encuentra: un conductor sentado en el
pescante de una silla de posta.
-
¡Cochero,
rápido, a la estación! ¡Es cuestión de vida o muerte!
En
el estrecho asiento del coche de posta, entre el bullicio de la mañana vienesa
y el estruendo de los caballos lanzados al galope, se abandona, presa de la
agitación, a su imaginación desbocada, y los pensamientos se agolpan en su
mente: jóvenes oficiales enfrentándose gallardos a las tropas imperiales, su
querida Constanza, cantando a Rossini vestida toda de blanco y tocada con una
corona de rosas, las bombas, su padre, pleno de expectativas en su futuro, el
rostro pálido de su hermanita muerta; los cadetes de nuevo, asaltando la
residencia del Gran Duque al grito de ¡Muerte al tirano!; el ejército unido a
los estudiantes, el pueblo entero alzado en un único grito de libertad. El orgullo
de la Patria que se rebela ante el opresor.
El
opresor… el odioso Iván Páskevich, que aspira a ganarse el cargo de Nametsnik bañándose en la sangre de sus
súbditos. La madre, las hermanas, ateridas de frío y de miedo, cercadas por las
bayonetas. Su padre aparentando una calma que no siente, instándole a perseguir
su sueño: -hijo, eres más útil a tu patria en Viena o en París que aquí
empuñando un fusil.
-
¿Cómo podría? ¿Cómo asistir a las fiestas y los salones y aparentar disfrutar
con los valses y las polkas, cuando mi alma está a muchos kilómetros de
distancia, aspirando el humo acre de los cañones, intentando desesperadamente
amparar a mis niñas, protegerlas de la metralla? ¿Y Cons.. No, ni siquiera me
atrevo a completar su nombre, no soy digno. Nunca he tenido el valor de
declararle mi amor, y sin embargo, hasta la muerte y aún después de mi muerte,
mis cenizas le rendirán culto a sus pies ¿Estará bien? ¿Me quiere aún? De buena
gana moriría por todos ellos.
Titus
es afortunado, él sí ha dado un paso al frente, él ha tomado un coche a
Varsovia, a pesar de mis ruegos. Titus…
II.-
Titus (unas horas antes)
En
su habitación del hotel Goldenes Lamm, dos amigos discuten.
-
Es
necesario, Fede, los nuestros están cayendo como conejos, es una auténtica carnicería.
El mes pasado ha habido más de siete mil muertos. Los lituanos han sido
aplastados; el zar no ha mostrado ninguna clemencia. Y cada vez están más cerca
de casa.
-
Nicolás
Romanov, ese monstruo hipócrita… ¿Cómo se puede causar tanto dolor? Cómo nos
engañó cuando hace dos años se avino a viajar a Varsovia para hacerse coronar
rey y jurar nuestra constitución. Sólo le preocupa proteger los privilegios de
sus hermanos aristócratas ¡Vampiros que se alimentan con la sangre de nuestro
pueblo!
-
Es
aún peor que su padre. Siempre ha considerado a los liberales y a los
francmasones como el anticristo, sucios y peligrosos como la peste. Acuérdate
de cómo aplastó a los decembristas en cuanto alcanzó el trono de Moscú.
-
Y
su hermano Constantino, el regente, es de la misma calaña. Impuso en nuestro
país un régimen de censura y de miedo; la policía secreta vigilaba cada
movimiento, asfixiaban a quienes en casa aún queríamos respirar algo de cultura
nacional. Dicen que, cuando los cadetes asaltaron el palacio, el capón huyó del
palacio por un pasadizo secreto, vestido de mujer. Me hubiera gustado verlo.
-
No
te engañes, Fede. Nicolás no es Constantino. Ya has visto cómo ha respondido a la oferta
de paz del gobierno provisional. Ha enviado a ese diablo de Páskevich, que sólo
habla con la espada. El zar sólo aceptará la derrota y la sumisión. Mi deber
está en casa, con los nuestros, especialmente en horas tan difíciles. Si me
demoro, quizá ya no haya una patria a la que volver.
-
¡No!,
No te vayas, Titus. Tú sabes hasta qué punto te necesito. Esta ciudad que sólo el
año pasado me acogía con parabienes y promesas de éxitos, me ha dado la
espalda. Me siguen recibiendo en los salones, donde estoy obligado a aparecer
feliz y ocurrente. Pero hace meses que no doy un concierto, y me siento cada
vez más solo. Te confieso que en ocasiones entretengo pensamientos macabros. Anoche mismo me fui solo a San Esteban. Era
más de medianoche y no había nadie. Me quedé sólo en el rincón más oscuro, al
pie de una columna gótica, no para rezar, sino para contemplar el esplendor del
edificio. Estaba todo en silencio, sólo ocasionalmente interrumpía mi
ensueño el eco de los pasos de un sacristán que encendía las velas. Un ataúd
detrás de mí, un ataúd a mis pies… sólo sobre mí no había un ataúd. En mi
cabeza se fraguaba una armonía triste… Primero Emilia, luego Jan, y también ella,
mi ideal … ¿por qué me abandonan todos? Si ahora también me dejas tú, la única
alma amiga a quien todavía puedo confiarme, no sé si tendré fuerzas para
seguir.
-
Vamos,
vamos, no te atormentes. Tú mejor que nadie conoces tu valía. Es normal que
quienes no tuvieron reparo en reconocer el genio en un niño, cuando el niño se
hace grande y viene a hacerse un sitio, a competir con ellos, tomen
precauciones. Vienes a quitarles el pan de la boca. Pero tendrán que rendirse. Vales
más que ellos.
-
Estos
vieneses son un hato de imbéciles pomposos. No tienen sentimientos ni ideales.
Son superficiales, sólo quieren divertirse al son de los valses de Strauss,
ceder vuelta tras vuelta al impulso centrípeto que les lleva a llenar cada
rincón del salón de baile. Tú, en cambio, sabes que el vals puede ser un baile
íntimo, para abrazarse, para fundirse en el abismo de un ensueño interior.
-
Adoro
esa autenticidad en ti. Todo lo dices con el corazón. Y es muy cierto que estos
aristócratas vieneses son haraganes miedosos, incapaces de sentir verdadera pasión.
Los sucesos de nuestra patria, lejos de despertar en ellos simpatía o conmiseración,
les mueven al rechazo, y he ahí otra razón de que les resultes incómodo. No soportan
a las personas que vivimos plenamente, que aún tenemos sueños e ideales.
-
Titus,
llévame contigo. Eres toda mi vida. Déjame que te acompañe, y que colme este
vacío, este desgarrador sentimiento de culpa por no estar donde debo estar.
-
Fede,
tu lucha está aquí. Es para lo que te has preparado, y es lo que en el fondo de
tu alma deseas. Por tu padre, por tu profesor Elsner. Recuerda lo que te cantaron
los compañeros del conservatorio en tu despedida, cuando en Wola interrumpieron
el paso de la calesa que te llevaba lejos de tu patria, para regalarte una copa
llena de tierra polaca:
-
Lo
recuerdo bien, es uno de los momentos que atesoraré mientras viva. “Nunca
olvides tu Patria. Dondequiera que te lleven tus pasos, dondequiera que estés,
nunca dejes de amarla con un corazón ardiente y fiel. Recuerda a Polonia,
recuerda a tus amigos, que con orgullo te llaman su compatriota, que esperan
grandes cosas de ti, y cuyas oraciones te acompañan ahora y siempre”. Tuve
entonces el presentimiento de que abandonaba la patria para siempre, y ahora
estoy convencido de que la despedida será eterna.
-
¡Ea,
pues! Sé fiel a las esperanzas que tanta gente que te quiere hemos depositado
en ti. ¿Qué ganaría Polonia con un soldado débil y enfermizo? Pero tú llevarás
el alma de Polonia a Italia, a París, y todo el mundo nos entenderá cuando
escuche tu música.
-
Nunca
puedo llevarte la contraria. Pero te ruego que vayas a ver a mis padres y
hermanas y a ella (-¿seré capaz siquiera de pronunciar su nombre?-), a
Constanza también. Visítalos con mucha frecuencia, para que crean que vienes a
verme a mí, que estoy en la habitación de al lado. Siéntate con ellas y que
imaginen que yo también estoy allí contigo. En una palabra, sé tú mi sustituto
en casa de mis padres. Y ahora, deja que
te bese en la boca. Sé que no te gusta, pero no sé el tiempo que estaremos sin
vernos y… no, no quiero seguir, no puedo ni pensarlo.
-
Lo
haré, me ocuparé de ellos y te haré saber cómo se encuentran.
-
Si,
escribe, escribe a menudo. Esperaré tus cartas con ansiedad. Guardo todas tus
cartas atadas con una cintita que me dio mi ideal. Me consuela que dos cosas
sin vida, las cartas y la cinta, vayan tan de acuerdo, probablemente porque,
aunque no se conocen, sienten sin embargo que ambas vienen de una mano que me es tan querida.
-
Adiós,
Fede.
Pero
él ya ha entrado en la sala y cerrado la puerta tras de sí. Titus le dedica,
entre la puerta cerrada de la sala y la puerta abierta de salida, una sonrisa
llena de comprensión. Fede nunca ha soportado las despedidas. Da media vuelta
y, mientras baja la escalera, se deja acompañar por primeras notas del piano.
Sabe que no tardará en enviarle la partitura. Él ha sido siempre su mejor juez.
III.
Revolución (primer estudio)
Chopin
está solo. Todo lo que no ha podido decirle a su amigo, lo vuelca con rabia en
el piano. Quiere pelear, demostrar que, con su mejor arma, él es tan patriota
como ninguno. Una pieza violenta en do menor, con escalas muy rápidas largas y
hacia tonos graves principalmente con la mano izquierda, mientras que la
derecha toca acordes que exigen abrir la mano. Frases repetidas en appasionatto
y cambios de ritmo con la mano derecha, mientras la izquierda contesta con un
chorro interminable de semicorcheas, que mantienen la tensión. Es el ímpetu y
el orgullo polaco haciendo frente a la bota rusa, el alma incorruptible, la
pasión inquebrantable de un pueblo que nunca se reconocerá sometido.
Cuando
termina, sudando todavía, se acerca a la ventana. Se siente inquieto.
Súbitamente, toma una decisión. Quizá todavía pueda alcanzarlo. Recoge
apresuradamente una camisa y algunos artículos de tocador y se lanza escaleras
abajo.
[ . . . ]
IV.
Asunción
La
voz del cochero le saca bruscamente de su ensimismamiento. – ¡Hemos llegado,
señor!-
Está
más relajado. Es como si supiera, como, en efecto, así es, que la diligencia ya
ha partido, que no podrá ya reunirse con su amigo. Llovizna. El aire es gris,
monocorde. Titus se aleja para siempre y Federico se resigna. Sabe que Varsovia
caerá y que ya nunca podrá volver a Polonia. Se ha convertido en un exiliado.
Tiene su pasaporte sellado para Londres, pasando por Múnich, Stuttgart y París.
Ahora que su viaje al extranjero se convierte por fin en una realidad, casi a
la fuerza, le parece de una mediocridad insoportable. El arte es largo; la
vida, en cambio, corta como un cuchillo*.
Un súbito e insistente
acceso de tos le hace doblarse hasta apoyar las manos en el suelo, sin resuello.
Aspira a la muerte, y sólo quiere volver a ver a sus padres, a sus hermanas, a
su amor platónico, y a Titus.
Regresa
a su habitación del hotel, más lóbrega que nunca, sintiéndose vacío, frío, un
cadáver. ¿En qué sentido es un cadáver distinto a mí? ¡El cadáver tampoco sabe
nada de su padre ni de su madre, ni de sus hermanas, ni de Titus! ¡Tampoco un
cadáver tiene una amada, no puede hablar
en su idioma a quienes le rodean! Un cadáver es tan pálido como yo. Es tan frío
como en este momento lo estoy yo frente a todo ¿Por qué vivir una vida que nos
devora y que sólo sirve para convertirnos en cadáveres?
V.
Tristeza (segundo estudio)
Chopin
está de nuevo ante el piano. Abatido, sumido en una torpe somnolencia, en un
estado lánguido de total abandono, imagina que la voz de su amigo le arranca de
su estupor. Ya está a las puertas de Varsovia, y se ha detenido en Zelanowa
Wola, en casa de los padres de Federico. Con los ojos de Titus, Chopin ve a su padre,
Nicolás, a su madre y a sus dos hermanas. Todos están bien. El enemigo no ha
llegado todavía a Varsovia.
Y
Federico les habla, les acaricia en las teclas. La mano derecha entona un lento
cantabile en mi mayor, un fraseo legato, íntimo, y a la vez - lo cual entraña
no poca dificultad técnica- marca el bajo de Alberti. La mano izquierda salta
creando armonías, tejiendo el soporte de una melodía que expresa todo su amor y
ternura por su tierra y su gente, que ahora parece tan lejanos. Pronto la
pasión le inunda, y se vuelca en una arrolladora variación llena de
alteraciones y síncopas que quieren expresar toda la intensidad con que los
quiere y los desea. Luego se funde suavemente con el tema principal, que en
esta ocasión suena como una triste despedida.
Notas:
Los que conocen la biografía de Chopin sabrán perdonarme algunas licencias. Titus Woyciechowsky, el mejor amigo de juventud de Chopin, le acompaño efectivamente a Viena, pero volvió a Varsovia en cuanto supo del levantamiento, en noviembre de 1830. Me he permitido retrasar su partida para poder poner en forma de diálogo la información que he obtenido de las cartas de Chopin. En la escena he usado párrafos más o menos literales de sus cartas, algunas dirigidas a otras personas distintas de Titus, y de sus diarios de Stuttgart. Por último, he adelantado el momento en el que compone el Estudio Revolucionario. Si bien se considera que los Estudios Op.10 son de 1831, o incluso anteriores, muchos vinculan el no.3 con su estancia en Stuttgart, donde, según sus biógrafos, Chopin se enteró de que los rusos habían incendiado Varsovia.
Los que conocen la biografía de Chopin sabrán perdonarme algunas licencias. Titus Woyciechowsky, el mejor amigo de juventud de Chopin, le acompaño efectivamente a Viena, pero volvió a Varsovia en cuanto supo del levantamiento, en noviembre de 1830. Me he permitido retrasar su partida para poder poner en forma de diálogo la información que he obtenido de las cartas de Chopin. En la escena he usado párrafos más o menos literales de sus cartas, algunas dirigidas a otras personas distintas de Titus, y de sus diarios de Stuttgart. Por último, he adelantado el momento en el que compone el Estudio Revolucionario. Si bien se considera que los Estudios Op.10 son de 1831, o incluso anteriores, muchos vinculan el no.3 con su estancia en Stuttgart, donde, según sus biógrafos, Chopin se enteró de que los rusos habían incendiado Varsovia.
*
Me he permitido pedir prestado este verso
a mi paisano de Oviedo y maravilloso poeta, Ángel González.
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