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martes, 22 de septiembre de 2015

Revolución y tristeza (dos estudios)





Viena, 2 de marzo de 1831

I.- Perdido 

Perdido. Las manos caídas, los brazos exangües, con los dedos crispados, como encerrados en una prisión de nervios. La mirada salta frenética de un punto a otro de las calles que le rodean, sin atreverse a detenerse, por momentos, incluso, sin saber lo que está buscando. Por fin, lo encuentra: un conductor sentado en el pescante de una silla de posta.

-        ¡Cochero, rápido, a la estación! ¡Es cuestión de vida o muerte!

En el estrecho asiento del coche de posta, entre el bullicio de la mañana vienesa y el estruendo de los caballos lanzados al galope, se abandona, presa de la agitación, a su imaginación desbocada, y los pensamientos se agolpan en su mente: jóvenes oficiales enfrentándose gallardos a las tropas imperiales, su querida Constanza, cantando a Rossini vestida toda de blanco y tocada con una corona de rosas, las bombas, su padre, pleno de expectativas en su futuro, el rostro pálido de su hermanita muerta; los cadetes de nuevo, asaltando la residencia del Gran Duque al grito de ¡Muerte al tirano!; el ejército unido a los estudiantes, el pueblo entero alzado en un único grito de libertad. El orgullo de la Patria que se rebela ante el opresor. 

El opresor… el odioso Iván Páskevich, que aspira a ganarse el cargo de Nametsnik bañándose en la sangre de sus súbditos. La madre, las hermanas, ateridas de frío y de miedo, cercadas por las bayonetas. Su padre aparentando una calma que no siente, instándole a perseguir su sueño: -hijo, eres más útil a tu patria en Viena o en París que aquí empuñando un fusil.

- ¿Cómo podría? ¿Cómo asistir a las fiestas y los salones y aparentar disfrutar con los valses y las polkas, cuando mi alma está a muchos kilómetros de distancia, aspirando el humo acre de los cañones, intentando desesperadamente amparar a mis niñas, protegerlas de la metralla? ¿Y Cons.. No, ni siquiera me atrevo a completar su nombre, no soy digno. Nunca he tenido el valor de declararle mi amor, y sin embargo, hasta la muerte y aún después de mi muerte, mis cenizas le rendirán culto a sus pies ¿Estará bien? ¿Me quiere aún? De buena gana moriría por todos ellos.

Titus es afortunado, él sí ha dado un paso al frente, él ha tomado un coche a Varsovia, a pesar de mis ruegos. Titus…


II.- Titus (unas horas antes)

En su habitación del hotel Goldenes Lamm, dos amigos discuten.

-        Es necesario, Fede, los nuestros están cayendo como conejos, es una auténtica carnicería. El mes pasado ha habido más de siete mil muertos. Los lituanos han sido aplastados; el zar no ha mostrado ninguna clemencia. Y cada vez están más cerca de casa.

-        Nicolás Romanov, ese monstruo hipócrita… ¿Cómo se puede causar tanto dolor? Cómo nos engañó cuando hace dos años se avino a viajar a Varsovia para hacerse coronar rey y jurar nuestra constitución. Sólo le preocupa proteger los privilegios de sus hermanos aristócratas ¡Vampiros que se alimentan con la sangre de nuestro pueblo!

-        Es aún peor que su padre. Siempre ha considerado a los liberales y a los francmasones como el anticristo, sucios y peligrosos como la peste. Acuérdate de cómo aplastó a los decembristas en cuanto alcanzó el trono de Moscú. 

-        Y su hermano Constantino, el regente, es de la misma calaña. Impuso en nuestro país un régimen de censura y de miedo; la policía secreta vigilaba cada movimiento, asfixiaban a quienes en casa aún queríamos respirar algo de cultura nacional. Dicen que, cuando los cadetes asaltaron el palacio, el capón huyó del palacio por un pasadizo secreto, vestido de mujer. Me hubiera gustado verlo.

-        No te engañes, Fede. Nicolás no es Constantino. Ya has visto cómo ha respondido a la oferta de paz del gobierno provisional. Ha enviado a ese diablo de Páskevich, que sólo habla con la espada. El zar sólo aceptará la derrota y la sumisión. Mi deber está en casa, con los nuestros, especialmente en horas tan difíciles. Si me demoro, quizá ya no haya una patria a la que volver.

-        ¡No!, No te vayas, Titus. Tú sabes hasta qué punto te necesito. Esta ciudad que sólo el año pasado me acogía con parabienes y promesas de éxitos, me ha dado la espalda. Me siguen recibiendo en los salones, donde estoy obligado a aparecer feliz y ocurrente. Pero hace meses que no doy un concierto, y me siento cada vez más solo. Te confieso que en ocasiones entretengo pensamientos macabros.  Anoche mismo me fui solo a San Esteban. Era más de medianoche y no había nadie. Me quedé sólo en el rincón más oscuro, al pie de una columna gótica, no para rezar, sino para contemplar el esplendor del edificio. Estaba todo en silencio, sólo ocasionalmente interrumpía mi ensueño el eco de los pasos de un sacristán que encendía las velas. Un ataúd detrás de mí, un ataúd a mis pies… sólo sobre mí no había un ataúd. En mi cabeza se fraguaba una armonía triste… Primero Emilia, luego Jan, y también ella, mi ideal … ¿por qué me abandonan todos? Si ahora también me dejas tú, la única alma amiga a quien todavía puedo confiarme, no sé si tendré fuerzas para seguir.

-        Vamos, vamos, no te atormentes. Tú mejor que nadie conoces tu valía. Es normal que quienes no tuvieron reparo en reconocer el genio en un niño, cuando el niño se hace grande y viene a hacerse un sitio, a competir con ellos, tomen precauciones. Vienes a quitarles el pan de la boca. Pero tendrán que rendirse. Vales más que ellos.

-        Estos vieneses son un hato de imbéciles pomposos. No tienen sentimientos ni ideales. Son superficiales, sólo quieren divertirse al son de los valses de Strauss, ceder vuelta tras vuelta al impulso centrípeto que les lleva a llenar cada rincón del salón de baile. Tú, en cambio, sabes que el vals puede ser un baile íntimo, para abrazarse, para fundirse en el abismo de un ensueño interior.

-        Adoro esa autenticidad en ti. Todo lo dices con el corazón. Y es muy cierto que estos aristócratas vieneses son haraganes miedosos, incapaces de sentir verdadera pasión. Los sucesos de nuestra patria, lejos de despertar en ellos simpatía o conmiseración, les mueven al rechazo, y he ahí otra razón de que les resultes incómodo. No soportan a las personas que vivimos plenamente, que aún tenemos sueños e ideales.

-        Titus, llévame contigo. Eres toda mi vida. Déjame que te acompañe, y que colme este vacío, este desgarrador sentimiento de culpa por no estar donde debo estar.

-        Fede, tu lucha está aquí. Es para lo que te has preparado, y es lo que en el fondo de tu alma deseas. Por tu padre, por tu profesor Elsner. Recuerda lo que te cantaron los compañeros del conservatorio en tu despedida, cuando en Wola interrumpieron el paso de la calesa que te llevaba lejos de tu patria, para regalarte una copa llena de tierra polaca:

-        Lo recuerdo bien, es uno de los momentos que atesoraré mientras viva. “Nunca olvides tu Patria. Dondequiera que te lleven tus pasos, dondequiera que estés, nunca dejes de amarla con un corazón ardiente y fiel. Recuerda a Polonia, recuerda a tus amigos, que con orgullo te llaman su compatriota, que esperan grandes cosas de ti, y cuyas oraciones te acompañan ahora y siempre”. Tuve entonces el presentimiento de que abandonaba la patria para siempre, y ahora estoy convencido de que la despedida será eterna.

-        ¡Ea, pues! Sé fiel a las esperanzas que tanta gente que te quiere hemos depositado en ti. ¿Qué ganaría Polonia con un soldado débil y enfermizo? Pero tú llevarás el alma de Polonia a Italia, a París, y todo el mundo nos entenderá cuando escuche tu música.

-        Nunca puedo llevarte la contraria. Pero te ruego que vayas a ver a mis padres y hermanas y a ella (-¿seré capaz siquiera de pronunciar su nombre?-), a Constanza también. Visítalos con mucha frecuencia, para que crean que vienes a verme a mí, que estoy en la habitación de al lado. Siéntate con ellas y que imaginen que yo también estoy allí contigo. En una palabra, sé tú mi sustituto en casa de mis padres.  Y ahora, deja que te bese en la boca. Sé que no te gusta, pero no sé el tiempo que estaremos sin vernos y… no, no quiero seguir, no puedo ni pensarlo.

-        Lo haré, me ocuparé de ellos y te haré saber cómo se encuentran. 

-        Si, escribe, escribe a menudo. Esperaré tus cartas con ansiedad. Guardo todas tus cartas atadas con una cintita que me dio mi ideal. Me consuela que dos cosas sin vida, las cartas y la cinta, vayan tan de acuerdo, probablemente porque, aunque no se conocen, sienten sin embargo que ambas vienen de una  mano que me es tan querida.  

-        Adiós, Fede.

Pero él ya ha entrado en la sala y cerrado la puerta tras de sí. Titus le dedica, entre la puerta cerrada de la sala y la puerta abierta de salida, una sonrisa llena de comprensión. Fede nunca ha soportado las despedidas. Da media vuelta y, mientras baja la escalera, se deja acompañar por primeras notas del piano. Sabe que no tardará en enviarle la partitura. Él ha sido siempre su mejor juez.


III. Revolución (primer estudio)

Chopin está solo. Todo lo que no ha podido decirle a su amigo, lo vuelca con rabia en el piano. Quiere pelear, demostrar que, con su mejor arma, él es tan patriota como ninguno. Una pieza violenta en do menor, con escalas muy rápidas largas y hacia tonos graves principalmente con la mano izquierda, mientras que la derecha toca acordes que exigen abrir la mano. Frases repetidas  en appasionatto y cambios de ritmo con la mano derecha, mientras la izquierda contesta con un chorro interminable de semicorcheas, que mantienen la tensión. Es el ímpetu y el orgullo polaco haciendo frente a la bota rusa, el alma incorruptible, la pasión inquebrantable de un pueblo que nunca se reconocerá sometido. 

Cuando termina, sudando todavía, se acerca a la ventana. Se siente inquieto. Súbitamente, toma una decisión. Quizá todavía pueda alcanzarlo. Recoge apresuradamente una camisa y algunos artículos de tocador y se lanza escaleras abajo.
[ . . . ]

IV. Asunción 

La voz del cochero le saca bruscamente de su ensimismamiento. – ¡Hemos llegado, señor!- 

Está más relajado. Es como si supiera, como, en efecto, así es, que la diligencia ya ha partido, que no podrá ya reunirse con su amigo. Llovizna. El aire es gris, monocorde. Titus se aleja para siempre y Federico se resigna. Sabe que Varsovia caerá y que ya nunca podrá volver a Polonia. Se ha convertido en un exiliado. Tiene su pasaporte sellado para Londres, pasando por Múnich, Stuttgart y París. Ahora que su viaje al extranjero se convierte por fin en una realidad, casi a la fuerza, le parece de una mediocridad insoportable. El arte es largo; la vida, en cambio, corta como un cuchillo*

Un súbito e insistente acceso de tos le hace doblarse hasta apoyar las manos en el suelo, sin resuello. Aspira a la muerte, y sólo quiere volver a ver a sus padres, a sus hermanas, a su amor platónico, y a Titus.

Regresa a su habitación del hotel, más lóbrega que nunca, sintiéndose vacío, frío, un cadáver. ¿En qué sentido es un cadáver distinto a mí? ¡El cadáver tampoco sabe nada de su padre ni de su madre, ni de sus hermanas, ni de Titus! ¡Tampoco un cadáver tiene una amada, no  puede hablar en su idioma a quienes le rodean! Un cadáver es tan pálido como yo. Es tan frío como en este momento lo estoy yo frente a todo ¿Por qué vivir una vida que nos devora y que sólo sirve para convertirnos en cadáveres?

V. Tristeza (segundo estudio)

Chopin está de nuevo ante el piano. Abatido, sumido en una torpe somnolencia, en un estado lánguido de total abandono, imagina que la voz de su amigo le arranca de su estupor. Ya está a las puertas de Varsovia, y se ha detenido en Zelanowa Wola, en casa de los padres de Federico. Con los ojos de Titus, Chopin ve a su padre, Nicolás, a su madre y a sus dos hermanas. Todos están bien. El enemigo no ha llegado todavía a Varsovia.

Y Federico les habla, les acaricia en las teclas. La mano derecha entona un lento cantabile en mi mayor, un fraseo legato, íntimo, y a la vez - lo cual entraña no poca dificultad técnica-  marca el bajo de Alberti. La mano izquierda salta creando armonías, tejiendo el soporte de una melodía que expresa todo su amor y ternura por su tierra y su gente, que ahora parece tan lejanos. Pronto la pasión le inunda, y se vuelca en una arrolladora variación llena de alteraciones y síncopas que quieren expresar toda la intensidad con que los quiere y los desea. Luego se funde suavemente con el tema principal, que en esta ocasión suena como una triste despedida.


Notas:
Los que conocen la biografía de Chopin sabrán perdonarme algunas licencias. Titus Woyciechowsky, el mejor amigo de juventud de Chopin, le acompaño efectivamente a Viena, pero volvió a Varsovia en cuanto supo del levantamiento, en noviembre de 1830. Me he permitido retrasar su partida para poder poner en forma de diálogo la información que he obtenido de las cartas de Chopin. En la escena he usado párrafos más o menos literales de sus cartas, algunas dirigidas a otras personas distintas de Titus, y de sus diarios de Stuttgart. Por último, he adelantado el momento en el que compone el Estudio Revolucionario. Si bien se considera que los Estudios Op.10 son de 1831, o incluso anteriores, muchos vinculan el no.3  con su estancia en Stuttgart, donde, según sus biógrafos, Chopin se enteró de que los rusos habían incendiado Varsovia.

* Me he permitido pedir prestado este verso a mi paisano de Oviedo y maravilloso poeta, Ángel González.

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